Sueños... Conglomeración de imágenes en mi cerebro. Imagino que me hablan, pero no puedo asegurarlo. ¿Sueños? Una figura oscura, de traje y corbata se para junto a mí. Y me sonríe. Muestra sus dientes picados, negros como el carbón. Y no pronuncia palabra. De repente se gira y corre en la dirección contraria.
     Avanzo lentamente por el pasillo estrecho de este laberinto. Aún no encontré ninguna bifurcación, ningún recodo. Solamente puertas y más puertas que voy abriendo a mi paso. Pero, tras ellas suele haber lo mismo. Es como si todo fuera una línea recta. Pero presiento que es un laberinto. Me amartillea esa idea en mi cabeza. Llevo andando demasiado tiempo, quizás horas... ¡Espera! Algo se mueve al fondo. ¿Algo o alguien? No consigo verlo bien. Se va acercando. Su luz ilumina como un faro en las negras noches de enero. No se detiene. Estoy perplejo. Es como una nebulosa nacarada, como un fantasma de inmaculada sábana... como en los cuentos infantiles. Esa blancura me empieza a cegar. Coloco mi mano sobre mi frente, intentando apreciar algo. Es como un rayo que enciende el pasillo oscuro y convierte sus paredes en un resplandor insoportable. Llega hasta mí y me atraviesa... pero no siento nada. Ni siquiera una brisa. Ni un leve roce. No conseguí apreciar su figura. ¿Qué ente misterioso atravesó mi carne y no produjo nada?
     Mis ojos me duelen. No veo nada. Cierro los párpados y vuelvo a abrirlos. Siento un cosquilleo que va hormigueando mi espalda, y va subiendo hasta alcanzar mi nuca. Me vuelvo. Y reconozco su rostro. Y su figura. Ahora totalmente apagada. Se acerca y me susurra algo al oído... pero no oigo su voz. ¿Por qué estás aquí?, logro preguntarle. Tú, jamás, debiste entrar en esta cárcel de oscuridad. Yo debo ser el que pague los pecados de la truculenta maldad de mis acciones. ¿Acaso eres un ángel, para guiarme por estos sucios caminos?
     Vacila por un momento. Noto su aliento en mi oreja. Vuelve a hablar, pero sigo sin oír sus palabras. ¡Alza tu voz!, grito. En ese instante una lágrima cae, como suspendida, al duro suelo. Es el reflejo de sus apenados ojos, que no se desvían, mojados, llorosos.
     Y, entonces, sus labios se retuercen y como un huracán de fuerza irrefrenable exclama: ¡Este no es tu sitio! ¡Esta es mi muerte!.
 
Ped.


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