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Mostrando entradas de marzo, 2018
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Aparece, siempre, con hojas de laurel sobre una plateada bandeja ovalada, dádiva de su amante nocturno. Se sienta, con las piernas cruzadas, en el borde del paseo, despoblado y tímido a esas horas, que circunda la playa. Deja a su lado la bandeja y, una a una, va asiendo las hojuelas, que traspasa con una aguja de tejer, perforándolas justo por el centro. Después, introduce por dichos agujeros un cordel pigmentado de verde, formando una cadena. Cuando todas están cosidas anuda los dos cabos y compone una esbelta corona. Siempre con la misma medida. Siempre el mismo tamaño. La alza elevando los brazos con su mirada obsesiva perdida en el oriente y la coloca, obsequiosa, sobre su cabeza. Se incorpora, despacio, sin ninguna premura. El tiempo se hizo invisible y desconocido. Se deshace de su gaseoso y blanco vestido, que deja caer a lo largo de su cuerpo, arrellanándose en el suelo y queda con su desnudez completa bajo iluminados rayos que irradian su figura, como una vir
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Graznan los agoreros cuervos Con sus quebradas risas negras Y tétrico plumaje. Agitan las alas, posados sobre los postes telefónicos Y, resabiados, Levantan sus picos postrándose ante la presagiada Noche tormentosa. Es lívido el atardecer, Aplastante de memoria, De nubes ensortijadas, Rastro húmedo de horizontes oscuros. Diuturno vendaval de persuasivos sueños, Longevos e incorruptos, Centelleos oníricos, Vapuleadores y arrogantes, Haciendo trizas las realidades. Una anónima carcajada se expande, Derramada, Como un solitario grito clamado desde Cualquier inhabitado paraje, Lúgubre en la sinfonía del alarido Que cruza desiertos marchitos En oídos sordos, Sin ecos que le devuelvan su propio trino. Erizada piel… La tragedia se cierne irremediablemente Sobre los timoratos escenarios. Se alza el telón… El drama ha comenzado. Ped.
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Trocado diciembre de presagio Con encriptado mensaje de asombros En una apacible tarde. Hilos que tejieron telas de arañas Sobre conversaciones postergadas. El guante lanzado sobre el tapete Presto para su recogida. Y un gesto retratado en una fotografía, Encuadrando los lienzos imaginados… Parsimonia en la mirada De negros ojos, resaltando Su llameante dulzura. Diciembre a medio dormir, Empeñado en desfigurarse, Ahíto de limo sobre resecos cauces. Palabras sonrientes entrelazadas en oraciones Persistentes y amenas que enmarcaban Los coloquios de la distancia. Sí … desde los labios dichosos y tan apetecidos… Un “jamás” extinto en el vocabulario. Una misiva vespertina conjuradora De esperanzas y futuros Irreconocibles. Ped.

El Andén del Adiós.

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No había nadie esperando en el andén. En la noche cerrada, entoldada de nubes, el silencio adormecía a la ciudad. Ni un atisbo de vida a su alrededor. Hacía horas que el bullicio calló, dejando el ambiente aletargado hasta el amanecer. Consultó el reloj. Las tres de la mañana. Algunas gotas comenzaron a caer sobre el gris plomizo del pavimento, mojando el triste cemento del suelo y las férreas vías. Pensó que, posiblemente, le restaran unos diez minutos al próximo tren. El Nocturno pasaría por allí puntual, lo hacía siempre, a la misma hora, cada noche, recorriendo la costa, incansable en su quehacer diario. Se resguardó, encogido, bajo el pequeño saliente del tejado, de la lluvia que ya empezaba a arreciar con toda la fuerza de las negras nubes de invierno. Al menos no se levantó el viento a molestar con su bravura. Un rayo iluminó el cielo y pudo contemplar, por un instante, el descampado olvidado de la urbe que permanecía intacto en su salvaje misión de recoger basuras.

El errabundo anciano

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Allá, donde se erigen los montes calvos, mora un errabundo anciano, mísero y cansado en su andar remoto de años. Siempre, cada mañana, sienta su maltrecho cuerpo sobre un saliente en la ladera del Cerro Oscuro; aún sin luces que anuncien la venida del día. Espera con sosiego los primeros colores del alba, mientras masca con parsimonia alguna hierba arrancada en las lindes de los riachuelos que serpentean juguetones entre riscos y matorrales. Cuando comienza a clarearse el cielo dirige su taciturna mirada hacia el oriente, casi cerrando sus ojos, y levanta enorgullecido su canosa cabeza para encontrarse con la fresca brisa que barre los demonios ocultos de la noche. No hay vallados ni cercas en los contornos más cercanos. Es suprema la libertad del paisaje que desparrama su fragancia entre brumas limpias de hombres. Allí, el errante vagabundo de campos vírgenes cierra, por un breve instante, sus gastados ojos y con una vara retorcida de olivo garabatea díscolas formas sobr