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Mostrando entradas de febrero, 2018
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Hechicera. Circe en su palacio Adornando sus jardines Con donosos telares. Aruspicina Embadurnada con las vísceras De las ofrendas que posaban tus lacayos A los pies de tu entronizada mansión. Ebrios en tus sañas y maneras, Ciegos y aborregados en tus plateas.   El tiempo camufló los sortilegios Y disfrazó a tus esclavos De pendencieros Eurílocos, Desertores de los páramos de tu belleza.   Ahora paseas tus encantos Por el parterre demacrado, Entre matas muertas Y apétalas rosaledas. Ped.
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Breve aparición sin embalaje, Rauda y precisa llegada, Premurosa y concisa partida. Se deshizo el eslabón Que unía las acuosas cadenas, Extraviándose en las lechosas espumas, Confundido en la calima Que enjalbega las lejanas costas. Su desconocido rumbo Briza su sino en brazos de la hesitación. Ped.
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Escribo en los márgenes, Ocupando los extremos Circundantes al centro, Que no es posesión de nadie. Anoto en los silencios El claudicar del tiempo, Viajero incontenido, Usurero, Apostador mustio de edades y espacios. Oigo la trémula voz de los lamentos Que erosionan al circunspecto ruido De las callejas más sórdidas, Donde la mugre anquilosa Los aflictivos llantos de la pobreza. Caritativos… Adormecidos, sin huida, Permanecen estables A la sombra de la amargura. Ped.
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Crudo y extraño, Inocente en las paradojas De las despedidas. En la negra nieve Se oyen voces taciturnas, Enlutadas en el réquiem De la negación. El infinito se expande En el perdón de los sueños. Como hijos del adiós Jamás nombrado Que asesina, infalible, A la cordura y al descanso . Ped.

Utópicos

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Obligados a desandar lo andado, emergimos desde profundos abismos para descoser los paredones que nos ocultaban la mañana. El día nació indemne en su virginal comienzo. Con el frío arremetiendo sobre nuestras pieles ligeras de vestiduras. Como sables de hielo nos atravesaba el viento montañoso y hería nuestro semblante, acuchillándolo, inmisericorde. Fuimos ratas escabulléndonos en la espesura, buscando oscuridades que nos ocultaran de la vista de los diablos que regían en las explanadas soleadas de nuestra angustia. Retorciéndonos entre las sombras. Espías con cara de ángeles embravecidos soñando con la partida hacia otras fronteras más delicadas. Donde no hubiera límites ni mugas encarcelando los caminos. Callejeamos como vagabundos desarrapados entre postes enorgullecidos, vigilantes de la “paz social” que implantaron sin condiciones. Emigrantes convencidos, deseosos de alejar nuestras últimas miserias de tan escabroso destino. Militantes enfervorecidos y radicale

Ciudad

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Esparcieron las envidias sobre los lodos más profundos. La laguna de las almas quedó seca, libre y baldía. Sin gotas ni humedades. El calor que desprendieron los nocturnos homicidas dejaron su lecho erosionado, tan maltrecho y escaso de vida, que la aridez de la tierra, antes vergel de largos arbustos, es la señora del paisaje. Allí, en ese lugar de muertes grises, hirieron con cimientos la superficie. Agujereando el terreno. Cráteres de blasfemia para un solar demacrado en sus vestigios. Y erigieron torres de altura impredecible. Largas como los pináculos de Constantinopla. Llegaron con sus destructoras arrogancias a verter sus billetes de miseria sobre la placidez de los descansados bolsillos de la sociedad avarienta. Fueron reyes sobre mustios desarrapados que reían entre dientes blanqueados con la cal de la soberbia. Sembraron plantones de abundancia de poder en las lindes del descampado lodazal. Y acabaron con las brillantes luces de una naturaleza hecha a golpe de ar
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El chico de tristes ojos verdes Pasea su melancolía Por renglones arrancados a las brumas. En la neblinosa gruta donde hospeda sus infamias Le suspira a cada verso escrito en las perecederas nubes. Se afana, desventurado, a la quilla Del destartalado navío que sucumbe Entre las calmadas olas; Aquellas que borran las huellas de la última esperanza, Arrebatándole a la orilla la certeza de sus migajas. Enmascarando sus medrosas respuestas Garabatea un sucinto párrafo… Mortuoria esquela sin fechas, Con su nombre debajo. Ped.
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Dejaste las raíces en la hoguera encendida, Enterrada en las brasas… Olía a jazmín y romero, Como un trébol enhiesto En los campos de mayo, Como la aulaga que reverdece en las primaveras Con sus espinas clavadas a las jaras Y gotea por sus afiladas agujas El precoz rocío de la alborada.   Dejaste tus lastimadas entrañas Bajo el pinar que ensombrece los veranos, Donde no traspasan luces… En el umbrío solar irrigado Por las acequias de las almas Que, aún en tu modestia, Te persiguen y contemplan Como Isis en el trono de los derruidos templos… Perenne en el altar de corazones desdichados.   Prendes con tu riego de cenizas Los cálidos rescoldos De embriagadores aromas Que desprende tu piel de incienso Bajo la lluvia de tormenta.     Permaneces en los tornasolados reflejos De las charcas de temprana mañana Y en los agrestes páramos… Verdecie

Saciadoras limosnas

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Mirka debió salir temprano en busca de sus tesoros callejeros. La lluvia ha cesado dejando charcos enlodados. Pero brilla la luz tenue del sol que traspasa las blancas nubes que surcan el cielo. Gotean los tejados, los árboles y las plantas. El sendero por el que suelo encaminar mis pasos cada mañana debe estar embarrado. Es un camino de tierra rebosante de matojos y malas hierbas, sin cuidados. Nadie viene nunca a sanear este estercolero lleno de basuras y porquerías que va dejando el buen ciudadano con la ayuda de su cómplice… el viento. Recorro apenas dos kilómetros hasta llegar a la clínica. Allí, me siento bajo el pórtico principal a pedir limosnas. Soy un enfermo de hambre pidiendo caridad a los enfermos de la salud. Cada mañana la misma rutina. Me siento al lado del ciego kiosquero que vende los conatos de suerte en boletos de lotería. Risas y lamentos. Chascarrillos e historias que hacen nuestras horas más amenas.              Todos me conocen. Y suelen dejarme en la

Profanador de ostracismos.

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El haz de luz que se cuela por la rendija de la ventana ilumina un breve espacio de la estancia. Apenas un rayo de luminiscente claridad que es la guía de mis ojos en esta noche de cerrada oscuridad. El resplandor que se adentra en la habitación, como un proscrito cruzando la frontera, se desprende de la farola que está a escasos metros del portalón de la casa donde habito. Ilumina los estantes mugrientos y vacíos. No descansa nada sobre ellos. Son maderas clavadas a la pared, sin más. No hay recuerdos… ni cuadros, ni libros. Ni figuritas de porcelanas. No hay nada en esta habitación polvorienta. Sólo el silencio de la noche y el reflejo de la bombilla. Un colchón a medio pudrir donde acoplo mi maltrecho cuerpo. Y una manta raída con la que me abrigo del frío invierno. Y el vapor del hálito de mi boca al respirar el escarchado aire de la madrugada. Soy nadie en la miseria. Un personaje sin nombre. Un merodeador de la vida. Un pasajero del tiempo que se olvidó los rec

Luces

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Hay luces en mi cabeza. Revolotean como mariposas sobre las flores en primavera. Son de distintos colores. Azules, rojas, verdes, amarillas, blancas… Son iguales que cuando miras al sol y cierras los ojos y todo es un torbellino de variados matices. Algunas mañanas, al despertar, me ocurre eso. Despego los párpados y observo los compuestos destellos. Son puntos luminiscentes que vienen y van sin orden. Se apoltronan durante unos minutos, no sé si en mi imaginación o en mi propia vista.              Ocurre desde siempre. Desde niño. Siempre al despabilarme. Como un enjambre de refulgentes verdades que irradian mi mente… y un sonido leve pero constante en mis oídos. Como un rumor conciso que masculla su delirio en mi interior, me sobrecoge y tardo en reaccionar y levantarme. Sólo la luz del alba, al abrir la ventana, logra disuadir su efecto. Lo suelo llamar “mis sensaciones”. Algunos dirían mis locuras, mi demencia o mi trastorno. Soy un pobre diablo de la calle con arco

Nadja

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           Nadja nunca supo reparar sus lágrimas. Se emborrachaba en los suburbios de la nostalgia. Pisoteaba su ayeres en las noches de embelecadas soledades. Al amparo del retiro, del desamparo y la tristeza.             Nadja camina junto a los juncos que crecen, embarullados, en las orillas de las marismas, en el paseo de los soñadores.             Recolecta luminiscentes estrellas. Y guarda los deseos en el costal de la amargura.             Frente al mirador de la expectación exhala el halo de sus más profundos pensamientos. Y los pigmenta con violetas amatistas sobre paños figurados, arrebatados a sus tormentos.             Le araña a la lumbre del sigilo los ensamblados misterios con los que   engalana las blondas compasivas de los retornados temores.             Esculpe con el vaho de su boca formas estrambóticas en el cristal. Y sueña que las embadurna con los colores de abril.             Nadja teje lianas enmarañadas sobre las cúspides de
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He conocido a la muerte. La he contemplado de cerca, mirándole su lustroso rostro invariable. La vi llegar una noche con su rastrero manto encapuchando las vidas encontradas a su paso. Era tenue su sonrisa. Sus vidriosos ojos de una frialdad antiquísima. Y sus blanquecinas manos sin gota de sangre. Llegó rodeada de brisa (dulce y lastimosa) que sacudía su umbroso ropaje. Sus dedos alargados tocaron mi mejilla, eran gélidos como el hielo. Y no pronunció palabra. Se sentó a mi lado, agarró mi brazo y observó mi semblante famélico y adormecido. Fue solamente un instante. Segundos, quizás. Pero minutos para mi maltrecha mente. Quedé extasiado, derrumbándome sobre el costado y cayendo hacia mi derecha, en el lugar justo donde ella descansaba de su largo peregrinar. Me recosté en su regazo, para sentir toda su esencia. Mi boca no conseguía emitir ningún sonido. Le hablé con el pensamiento. Le rogué que ella fuera mi última morada, que blandiera su guadaña y desvistiera mis vi
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La morena figura rasga, concienzuda, la mente del solitario jinete que cabalga en las noches sobre los plateados corceles desbocados que custodian a la luna. Busca en el sinfín del firmamento, a lomos de la congoja, el encarnado hito irradiado en su amargo alma, que ajuste con sus bermellones reflejos los pusilánimes ánimos malheridos. Maleante de nebulosas proyecciones, azaroso mequetrefe de melifluas formas. Lacayo del siniestro rojo atardecer irisado de su mísera aflicción. Suelta las riendas... apresurándose, abatido, al talud de la desesperación. Ped.
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Claraboyas de celestes lunas Fraguando cúpulas de tormentas Sobre mortecinas bóvedas. Las empedradas vías De las ancestrales urbes, Con acequias de verduzcas aguas Y olor a podredumbre. Nombres innombrados reclamando Sus procedencias y sus legajos atávicos. Desde el púlpito Aún resuenan las monsergas de anquilosados Reyes “abarrigados” en la abundancia… Monarcas de esclavos, Serviles a las blasfemadas palabras Del opulento poder. Abatieron a la sensatez Y entronizaron, bajo palio, A la melancolía. Lardosos rateros Demacrando los portales Donde se arrellanaba, erudita, La camaradería. El portalón enrejó a la cordura Y se adueñó, inmisericorde, De los abonados vergeles De la codicia. Ahora… Las almenaras derrumbadas Y los agrietados cimientos Son la mancillada herencia De los señoríos imperiales. Ped.
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Calaveras arraigadas al orbe terrenal, Como ajadas semillas en el vergel oriundo De los lozanos bríos. Las osamentas de los peregrinos de antaño, Repujadas pieles resecadas En los macilentos osarios. Devenir de decrépitos ramos enlutados, Ornamentando losas graníticas De cenicienta tonalidad. Blasones en obituarios santificados Con cruces latinas Que vocean desde la profunda extrañeza De los abismos de la nada Los singulares epitafios De la mortecina soledad. Graznan los cuervos escondidos Entre el ramaje de los sauces Que rodean la soberbia tapia Del mausoleo de la Muerte. Jardines desflorados, átonos Y exentos de la algazara hormigueante, Jovial algarabía de jóvenes vivezas. Mudez deliberada en las horas solitarias Del calcáreo tiempo de los sin vida. Ped.
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Jamás existió un ente maldito De cavernas inaccesibles, De grutas inexploradas, Que emborronara tus pensamientos. Fue habitante de explanadas, De moradas de luz, De traslúcida certeza. Animal de largo peregrinar, De utópicas travesías… Sin infiltrados ni confidentes, De emblemas que no mascullan. Nítidos sorbos de vida Sin cegadoras nieblas Disfrazando el paisaje. Un principio sin final. Quizás anhelo… Quizás cordura… Bajel sin timón zozobrando En las aguas oscuras De océanos desparramados en las tormentas. Ped.
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Palabras enrejadas entre gruesos barrotes. La voz del recluido jilguero Demandando su libertino vuelo. Promesas ensartadas Como saetas afiladas En sangrientas entrañas. La mirada del preso que deshoja los segundos Del tedioso reloj del carcelero. Gris plomizo es el color de los años Usurpados al tiempo de la manumisión. Procelosa angustia en el declive De los grilletes y las jaulas. Ped.
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Si volaran ángeles sobre nuestras cabezas, Si irguiera Lucifer su faz, Si, como Ramsés, combatiente del tiempo, Complacieras sus alabanzas y sus loas, Blandiendo tus plegarias en infinitos cielos… Si ese Dios al que adoras, alguna vez, se dignara a condonar tus miserables pecados erigidos en las súplicas consternadas de cada mañana. Petrificado altar sin ornamentos, Con vidrieras arruinadas, Remolinos de cristales… En lágrimas de ceguera. ¿Qué senda seguirías? ¿La calzada del lamento? … El luto de plañideras Con pañuelos bordados a mano. Ped.
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Cantaron tonadillas y poemas, Agitóse el puro hálito de las imberbes realidades, Sin sosiego. Ingenuos… Callaron los demonios de las panoplias Que revestían los designios. Y el silencio embellece, Lánguido, Perezoso, La solícita melodía de los infantiles recuerdos. Golpeó la transparencia El amurallado resorte de las edades. Holgado en los tronos De la sarcástica apariencia. Abrazos de tentáculos Putrefactos. ¡Qué demostración tan impune! Sones palpitantes en llameantes cuerpos Abrasando La braña del adorado monte, Fecundo y magnánimo, De inéditos atlantes. Ped.