Calaveras arraigadas al orbe terrenal,

Como ajadas semillas en el vergel oriundo

De los lozanos bríos.

Las osamentas de los peregrinos de antaño,

Repujadas pieles resecadas

En los macilentos osarios.

Devenir de decrépitos ramos enlutados,

Ornamentando losas graníticas

De cenicienta tonalidad.

Blasones en obituarios santificados

Con cruces latinas

Que vocean desde la profunda extrañeza

De los abismos de la nada

Los singulares epitafios

De la mortecina soledad.

Graznan los cuervos escondidos

Entre el ramaje de los sauces

Que rodean la soberbia tapia

Del mausoleo de la Muerte.

Jardines desflorados, átonos

Y exentos de la algazara hormigueante,

Jovial algarabía de jóvenes vivezas.

Mudez deliberada en las horas solitarias
Del calcáreo tiempo de los sin vida.

Ped.

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