Dejaste las raíces en la hoguera encendida,

Enterrada en las brasas…

Olía a jazmín y romero,

Como un trébol enhiesto

En los campos de mayo,

Como la aulaga que reverdece en las primaveras

Con sus espinas clavadas a las jaras

Y gotea por sus afiladas agujas

El precoz rocío de la alborada.

 

Dejaste tus lastimadas entrañas

Bajo el pinar que ensombrece los veranos,

Donde no traspasan luces…

En el umbrío solar irrigado

Por las acequias de las almas

Que, aún en tu modestia,

Te persiguen y contemplan

Como Isis en el trono de los derruidos templos…

Perenne en el altar de corazones desdichados.

 

Prendes con tu riego de cenizas

Los cálidos rescoldos

De embriagadores aromas

Que desprende tu piel de incienso

Bajo la lluvia de tormenta.
 
 

Permaneces en los tornasolados reflejos

De las charcas de temprana mañana

Y en los agrestes páramos…

Verdeciendo alegre en el subconsciente,

Rendido y melifluo,
Del vigilante de tus pasos.

Ped.

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