Nadja



           Nadja nunca supo reparar sus lágrimas. Se emborrachaba en los suburbios de la nostalgia. Pisoteaba su ayeres en las noches de embelecadas soledades. Al amparo del retiro, del desamparo y la tristeza.

            Nadja camina junto a los juncos que crecen, embarullados, en las orillas de las marismas, en el paseo de los soñadores.

            Recolecta luminiscentes estrellas. Y guarda los deseos en el costal de la amargura.

            Frente al mirador de la expectación exhala el halo de sus más profundos pensamientos. Y los pigmenta con violetas amatistas sobre paños figurados, arrebatados a sus tormentos.

            Le araña a la lumbre del sigilo los ensamblados misterios con los que  engalana las blondas compasivas de los retornados temores.

            Esculpe con el vaho de su boca formas estrambóticas en el cristal. Y sueña que las embadurna con los colores de abril.
            Nadja teje lianas enmarañadas sobre las cúspides de las infernales horas que le demonizan la sien. Hinchazones y pústulas en las costuras, ahondando en el murmullo inagotable de las acibaradas fauces que la reconcomen.

Ped.

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