Profanador de ostracismos.
El haz de
luz que se cuela por la rendija de la ventana ilumina un breve espacio de la
estancia. Apenas un rayo de luminiscente claridad que es la guía de mis ojos en
esta noche de cerrada oscuridad.
El
resplandor que se adentra en la habitación, como un proscrito cruzando la
frontera, se desprende de la farola que está a escasos metros del portalón de
la casa donde habito.
Ilumina los
estantes mugrientos y vacíos. No descansa nada sobre ellos. Son maderas
clavadas a la pared, sin más. No hay recuerdos… ni cuadros, ni libros. Ni
figuritas de porcelanas.
No hay nada
en esta habitación polvorienta. Sólo el silencio de la noche y el reflejo de la
bombilla. Un colchón a medio pudrir donde acoplo mi maltrecho cuerpo. Y una
manta raída con la que me abrigo del frío invierno. Y el vapor del hálito de mi
boca al respirar el escarchado aire de la madrugada.
Soy nadie
en la miseria. Un personaje sin nombre. Un merodeador de la vida. Un pasajero
del tiempo que se olvidó los recuerdos en cualquier esquina. Deambulador de
espacios inertes, conquistador de pobrezas, usurpador de oquedades desiertas.
Soy, quizás, un profanador de ostracismos.
El viento
aúlla, perseverante, y retuerce los endebles troncos de los árboles. Despega
las hojas de su rama madre y convierte la calle en un serpentín de basuras que
revolotean, sin gracia, buscando algún rincón donde posarse. Mirka se acurruca
a mis pies, relamiéndose las patas una y otra vez. La encontré en la calle,
como todo lo poco que poseo, debajo de un coche abandonado donde dormí unas
horas. Desde aquel momento me sigue a todas partes. Jamás se ausenta, solamente
para ir a cazar. Mirka es una gata callejera de pelaje austero, entre
anaranjada y marrón. Debería estar correteando en busca de ratones, cucarachas
y algún que otro bichejo que le despierte el apetito. Pero las noches ventosas
le incomodan. Se restriega entre mis piernas y pide con sus verdes ojos
lastimeros algo de mi escueta cena.
Compartimos el condumio y nos atrincheramos en el viejo catre agujereado que es
nuestra cama. Aquí llevamos tres meses… Habitantes nocturnos de cuatro paredes
medio derruidas, pero con el techo intacto para resguardarse de los infortunios
del gélido clima.
No hay
luna. Se esconde tras el manto de nubes que merodean por el cielo presagiando
lluvia. Así, prefiero que Mirka no salga, que no se moje. Luego es insoportable
el olor de su ralo pelo humedecido. Que se quede amodorrada a mi lado, como un
ovillo. Y escuchar sus ronroneos constantes mientras el sueño me alcanza.Ped.
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