Graznan los agoreros cuervos

Con sus quebradas risas negras

Y tétrico plumaje.

Agitan las alas, posados sobre los postes telefónicos

Y, resabiados,

Levantan sus picos postrándose ante la presagiada

Noche tormentosa.

Es lívido el atardecer,

Aplastante de memoria,

De nubes ensortijadas,

Rastro húmedo de horizontes oscuros.

Diuturno vendaval de persuasivos sueños,

Longevos e incorruptos,

Centelleos oníricos,

Vapuleadores y arrogantes,

Haciendo trizas las realidades.

Una anónima carcajada se expande,

Derramada,

Como un solitario grito clamado desde

Cualquier inhabitado paraje,

Lúgubre en la sinfonía del alarido

Que cruza desiertos marchitos

En oídos sordos,

Sin ecos que le devuelvan su propio trino.

Erizada piel…

La tragedia se cierne irremediablemente

Sobre los timoratos escenarios.

Se alza el telón…
El drama ha comenzado.

Ped.

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