BALAUSTRADA.
Suelo escribir en los márgenes,
ocupando los extremos circundantes
a un centro que jamás fue posesión de nadie.
Como un anarquista con traje y corbata
y un sombrero de viejo tirado sin finura en el diván.
A veces siento ternura… otras nostalgias
en este escalón de roces de aires con premuras
y olores de vecindad entre jazmines y balcones,
con tiestos y tierras sin sembrar,
o risas que se agitan en tardes sin nubes ni
donde alardear de mustias miradas.
Llegaste tú a observar obscenidad de minutos
que no vuelven y se acaban en la esquina
donde venden con manos desligadas tiempo y estatua
demacrada de barrio con jardines secos.
A veces dejo el abrigo entre las sombras…
y me despido de sitio, paraje y ambigüedad.
Y dibujo trifulca, albor y algazara en una epístola
sin remite pero con un destino innombrable…
y un sello con una silueta ciega…
Este romance nunca fue de dos…
y la puerta siempre estuvo cerrada,
con pestillo, llave y candado.
El fantasma regresó sobre sus pisadas a
contemplar madrugada y amanecer…
y volver a dejar su sombrero de viejo en el diván.
1890…
Y una historia por retratar.
Ped.
Pedro Javier Quintero.
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